En el hobbit como un enano

Chapter 2: Capítulo 2: Sistema



El sol colgaba bajo en el cielo, un disco pálido que apenas calentaba las Landas de Etten. Ethan parpadeó, su cabeza zumbando como si hubiera pasado la noche frente a una pantalla con el volumen al máximo, los ojos ardiendo por demasiadas horas de juego. Pero esto no era su habitación desordenada ni su monitor parpadeante. El olor a sangre y carne podrida le golpeó como un puñetazo, un hedor tan denso que le revolvió el estómago. El paisaje a su alrededor era un cuadro de pesadilla: cuerpos de trasgos apilados como basura, sus rostros retorcidos congelados en muecas de dolor; semitrolls destrozados, sus armaduras toscas partidas como cáscaras; trolls de las cavernas decapitados, sus cabezas rodando a metros de sus cuerpos; y el cadáver del gigante de la montaña dominando el caos, una mole inmensa que parecía una montaña caída sobre la tierra rota. Estaba de pie, tambaleándose, junto a su cabra, que lo miraba con esos ojos obstinados que parecían gritar "levántate de una vez".

"¿Qué demonios pasó aquí?" murmuró, frotándose la barba castaña que no recordaba tener. Su voz era más grave, áspera, como si perteneciera a alguien que había gritado órdenes en medio de una tormenta hasta desgarrarse la garganta. Miró sus manos: callosas, cubiertas de guanteletes de hierro negro y azul, manchados de sangre seca que se desprendía en escamas oscuras al rozarlos. Su cuerpo era bajo, robusto, envuelto en una armadura que pesaba como un yunque, pero se sentía extrañamente cómoda, como si hubiera sido moldeada para él. La cabra baló, golpeándolo con sus cuernos curvos en las costillas, un impacto que resonó en su armadura. "¡Oye, para, maldita sea!" gruñó, devolviéndole un cabezazo instintivo. La bestia se apartó, satisfecha, y Ethan negó con la cabeza, confundido. "Esto no es normal. Yo no soy normal."

Se llevó una mano al casco de hierro que colgaba de su cinto, rozando la máscara que lo acompañaba con dedos temblorosos. Un escudo con forma de rostro enano yacía a sus pies, cubierto de polvo y sangre seca, y su hacha seguía clavada en el cráneo del gigante, el filo hundido hasta el mango en un charco de sangre negra coagulada. Todo le resultaba familiar, pero no podía ubicar por qué. "¿Dónde estoy?" dijo, girando en círculos. Las colinas desnudas se alzaban como cicatrices en la tierra, los árboles rotos yacían esparcidos como astillas gigantes, y el hedor impregnaba cada rincón, un recordatorio constante de la masacre que había ocurrido. Entonces, un destello brilló frente a sus ojos, y el aire frente a él se llenó de luz.

Una interfaz apareció, flotando como una pantalla translúcida de color gris azulado, bordeada con runas angulosas y detalles que evocaban las forjas enanas. En la esquina superior izquierda, un símbolo giraba lentamente: un martillo cruzado con un hacha, emblema de la facción enana que había elegido tantas veces en su juego favorito. Ethan dio un paso atrás, casi tropezando con la cabra, que baló como si estuviera molesta por su torpeza. "No puede ser..." susurró, su corazón acelerándose. Era idéntica a la interfaz de creación de héroes de El Señor de los Anillos: La Batalla por la Tierra Media II. Había pasado horas diseñando personajes, ajustando atributos, desbloqueando habilidades, peleando batallas digitales contra trasgos y orcos hasta que sus dedos dolían. Pero esto no era una pantalla. Esto era real.

"Tygran el Loco," nombró en voz baja, leyendo el texto que brillaba en el centro de la interfaz. Detrás del nombre, un estandarte virtual ondeaba en tonos anaranjados como oro y citrina, un símbolo de orgullo enano que le resultaba tan familiar como su propia respiración. Al lado izquierdo, cinco atributos se alineaban en una columna: Armadura (5/20), Salud (5/20), Energía (7/20), Recuperación (3/20) y Visión (2/20), cada uno con un máximo de veinte puntos. "Cinco en armadura, cinco en salud... siete en energía," murmuró, calculando mentalmente mientras su mente gamer se encendía. "Tres en recuperación y solo dos en visión. Esto es un personaje básico, como si acabara de empezar una partida."

A la derecha, un Árbol de Habilidades se desplegó como un pergamino digital, listado con opciones que resonaban con la esencia de los enanos: Furia de Batalla, Entrenar Aliados, Zapador, Carga, Lanzamiento de Hacha, Dureza, Liderazgo, Invulnerabilidad, Terremoto, Bombardear, Salto, y una habilidad que lo hizo fruncir el ceño: Convocar Aliados Enanos. "Espera un segundo," dijo, rascándose la barba con un guantelete. "Esto es nuevo. En el juego, solo el Capitán de Gondor tenía una habilidad de invocación en la facción de la luz, y los malos la usaban todo el tiempo, pero ¿enanos? Esto no estaba en mi guía de estrategia."

Dos contadores brillaron en la parte superior: Puntos de Atributo: 1 y Puntos de Habilidad: 1. "Subí de nivel," susurró, su voz temblando de emoción contenida. Había jugado lo suficiente para saber lo que significaba: la masacre que lo rodeaba debía haberle dado experiencia, como si hubiera completado una misión imposible en dificultad experto. Miró sus opciones. "Energía primero," decidió, asignando el punto de atributo con un pensamiento. La interfaz parpadeó: Energía: 8/20. "Más resistencia para lo que venga," razonó. Luego, su mirada se posó en Convocar Aliados Enanos. "Si voy a sobrevivir aquí, necesitaré refuerzos," pensó, seleccionándola mentalmente. La descripción apareció: "Nivel 1: Invoca 30 guardianes enanos de forma permanente. Tiempo de reutilización: 5 minutos." Junto a las instrucciones, una nota: "Di 'Khazâd ai-mênu' para activar."

"¿Dónde estaré?" se preguntó en voz baja, su tono grave resonando en el aire quieto como un eco en una caverna. Observó mejor su entorno, y un escalofrío le recorrió la espalda. No estaba solo entre los muertos. Cuerpos de enanos yacían esparcidos por el campo: guardianes con armaduras rojizas rotas, sus escudos aplastados como latas; lanzadores de hachas despedazados, sus barbas blancas teñidas de sangre oscura; lanceros aplastados bajo rocas o los cuerpos de trolls, sus lanzas partidas como ramas secas. Había enanos comunes también, con cotas de malla y pieles gruesas, hombres fornidos de barbas espesas y mujeres enanas que lo hicieron detenerse en seco. "Un momento," dijo, inclinándose hacia una guerrera caída. No eran como las describían los libros de Tolkien, barbudas y toscas como sus hermanos. Estas eran hermosas, con rasgos femeninos delicados, pero cuerpos robustos de enanas, sin barbas, sus armaduras tan pesadas como las de sus compañeros, sus rostros pálidos congelados en expresiones de desafío. "Tal vez no es lo único cambiado aquí..." murmuró, su mente girando con posibilidades.

Docenas de trolls de las cavernas yacían decapitados, sus cabezas rodando a metros de sus cuerpos rígidos. Algunos trolls de las montañas estaban entre ellos, sus cráneos partidos como rocas bajo un martillo. Semitrolls, criaturas que solo había visto en juegos y textos oscuros, estaban desperdigados, sus lanzas pesadas rotas y sus armaduras toscas destrozadas. Jinetes de arañas, con sus monturas negras destrozadas, y trasgos con armaduras típicas de su facción —placas oxidadas y cuero mal curtido— completaban el cuadro de devastación. "Tendré respuestas si exploro estas tierras," expresó, girándose hacia el campamento enano arrasado. Casas de piedra pulida estaban derrumbadas por rocas gigantes, las hogueras apagadas humeaban débilmente entre cenizas frías, estatuas de guerreros enanos yacían rotas como si un martillo titánico las hubiera golpeado, y los pozos de minas se habían colapsado, sus entradas bloqueadas por escombros que enterraban cualquier esperanza de refugio.

La cabra se acercó y, antes de que Ethan pudiera reaccionar, chocó su cornamenta curva contra su casco con un clang metálico que resonó en sus oídos. Ethan cayó al suelo, gruñendo, y se quedó sentado con los brazos cruzados, mirando a la bestia mientras el mundo daba vueltas. "Gracias por el recordatorio, amiga," dijo con sarcasmo, pero sus ojos se suavizaron al verla balar contenta. Era el último de este campamento, un enano sin conexión con nada salvo quizás las montañas lejanas: Erebor, Moria, las Montañas Azules, las Colinas de Hierro. Estaba solo, o eso pensó, hasta que la cabra lo golpeó de nuevo, esta vez en el hombro. "¡Oye!" protestó, pero una risa ronca escapó de su garganta. "Bueno, no tan solo. Tengo una cabra loca, un hacha, un escudo, y.… este sistema."

"Páramo frío..." murmuró, frunciendo el ceño mientras un recuerdo borroso emergía de su vida pasada, de mapas y wikis abiertos en su laptop. "¿No había un río naciente al sur de Angmar?" Si estaba en lo cierto, esto era las Landas de Etten, al norte de Rivendel y al sur de Angmar. Pero ¿cuándo? ¿Durante la campaña de Angmar, cuando el Rey Brujo aún dominaba estas tierras, o después de su derrota, cuando huyó a Mordor tras ser asediado por los descendientes de Arnor, Gondor y los elfos de Rivendel? No tenía respuestas, solo preguntas que lo carcomían como un rompecabezas sin piezas.

Llamó a la cabra con un silbido seco. "Llévame a un río," ordenó, subiéndose a su lomo y agarrando las riendas sin dudar, el cuero áspero firme en sus manos. La cabra, con una velocidad sorprendente para su tamaño, galopó hacia el sur, sus pezuñas resonando contra la piedra y saltando sobre cadáveres de trolls como si fueran obstáculos triviales. Ethan no miró atrás al campamento destruido. No sentía apego por esos enanos; solo compartía su raza, un lazo tenue que no lo ataba. Pero en su interior, una chispa de furia enana —o quizás algo de su viejo yo— juró vengarlos algún día. Por ahora, necesitaba moverse, sobrevivir.

El trayecto fue rápido pero agotador. Bosques escasos de árboles retorcidos, sus ramas desnudas arañando el cielo, colinas bajas cubiertas de hierba seca que crujía bajo las pezuñas, y más cuerpos de trolls marcaban el camino, algunos con hachas enanas aún clavadas en sus pechos como trofeos olvidados. Finalmente, llegaron a un río, sus aguas grises corriendo lentas bajo el sol de mediodía, reflejando un cielo plomizo que parecía presionar la tierra. "Landas de Etten," confirmó Ethan, su mente acelerándose mientras bajaba de la cabra y dejaba que pastara cerca de la orilla, sus dientes arrancando hierba con una calma que él no sentía. "Norte de Rivendel, sur de Angmar. Pero esto no es solo Tolkien. Gigantes de la montaña, guardianes muertos, enanas hermosas... Esto es un mundo bizarro mezclado con el juego y los libros, con detalles raros."

Sostuvo las riendas con fuerza, su cabra avanzando sin pausa, escalando pequeños barrancos como si la armadura de Ethan no pesara nada. De repente, tiró de las riendas con fuerza, y la cabra se detuvo con un balido de protesta, sus pezuñas clavándose en la tierra. A lo lejos, una fortaleza trasgo emergió entre las colinas como una herida abierta en el paisaje: cuevas de recursos talladas en la roca, sus entradas oscuras como bocas hambrientas; fisuras humeantes que exhalaban un olor sulfúrico que picaba la nariz; una cueva de arañas con telarañas brillando al sol como trampas mortales, sus hilos gruesos como cuerdas; y al menos dos gigantes de la montaña vigilando desde las alturas, sus sombras alargadas cubriendo el suelo como nubes vivientes. Trasgos talaban árboles alrededor, sus hachas toscas resonando como un tambor constante, mientras semitrolls patrullaban con lanzas pesadas, sus armaduras chirriando con cada paso pesado. "Una maldita fortaleza," gruñó Ethan, su voz baja pero cargada de frustración. "Solo soy uno, y aunque parezco un héroe personalizado, no puedo con eso. Necesito subir de nivel, o las Landas de Etten seguirán siendo territorio trasgo. Rivendel no me ayudará, y los hombres de aquí son solo granjeros con horcas. Ni siquiera saben que hay trasgos tan asentados."

Se alejó de la fortaleza, su mente trabajando a toda velocidad. Era mediodía, y los murciélagos que había visto antes podrían estar vigilando, sus alas oscuras cubriendo el cielo día y noche como ojos del enemigo. "Por ahora, cazaré trasgos y sus bestias," decidió, pateando una piedra suelta que rodó colina abajo mientras la cabra lo seguía con pasos firmes. "Subiré de nivel esta habilidad y veré qué más puedo desbloquear." Kilómetros y kilómetros fueron recorridos por la cabra y su jinete, el terreno cambiando de colinas rotas a llanuras cubiertas de hierba seca y arbustos espinosos que arañaban su armadura al pasar. Al mirar al sol, que ahora se inclinaba hacia el oeste, calculó que eran cerca de las tres de la tarde, su luz pálida proyectando sombras largas que parecían perseguirlo. "Hora de acampar," murmuró, desmontando con un gruñido, sus botas crujiendo contra la grava.

Buscó madera seca entre los árboles caídos, cortándola con su hacha en trozos manejables, el filo cortando la corteza con un sonido seco que resonaba en el silencio. Cazó un conejo con un lanzamiento preciso de su hacha pequeña de repuesto, un arma ligera que llevaba como emergencia, su filo cortando el aire con un silbido antes de clavarse en el animal con un thud sordo. La cabra, por su parte, llevaba una carpa de piel enrollada en su lomo, un diseño simple pero robusto que Ethan desplegó con manos torpes, cubriendo un espacio justo para él y su montura. Rodeó el campamento con maleza y arbustos gigantes, formando una barrera improvisada contra el viento helado y ojos curiosos que pudieran acechar en las sombras. Con su hacha partió la madera en astillas, creando chispas contra una piedra hasta que una llama tímida cobró vida, creciendo en una hoguera que crepitaba con fuerza, su calor alejando el frío que se colaba por las grietas de su armadura.

Destripó el conejo con cuidado, dejando que se desangrara en la tierra antes de separar la carne de la piel con cortes rápidos y precisos, un hábito que parecía venir del cuerpo de Tygran más que de su propia experiencia. Clavó la carne en un palo y la asó sobre el fuego, el aroma llenando el aire con un olor que le hizo rugir el estómago mientras la cabra pastaba el pasto circundante, saltando con agilidad dentro del perímetro protegido por los arbustos. Ethan mantuvo su hacha y escudo a mano, apoyados contra una roca cercana, sus instintos en alerta por si algo —o alguien— lo sorprendía en la noche. Se durmió con el crepitar del fuego en los oídos, el calor envolviéndolo como una manta, pero su descanso fue breve. Con solo dos parpadeos, se despertó al amanecer, el frío mordiendo sus huesos incluso bajo la armadura, el aire helado formando vaho frente a su rostro. Bebió un trago de agua fresca de su cantimplora de cuero curtido, el líquido helado bajando por su garganta como un alivio pasajero que lo despejó. Rápidamente añadió leña a la hoguera, y el fuego se expandió con un rugido suave, calentando su cuerpo y el de la cabra, que se acercó al calor con un balido tranquilo, su aliento formando pequeñas nubes en el aire.

"Es hora de cazar, amiga," dijo Ethan, golpeando su cabeza contra la de la cabra en un saludo que ya sentía natural, un ritual que unía sus espíritus. La bestia respondió con fuerza, un impacto que lo mareó y lo dejó tirado en el suelo, viendo estrellas mientras reía entre jadeos, el dolor en su frente olvidado por el calor de la risa. "Eres un peligro," gruñó, poniéndose en pie con una sonrisa torcida, sacudiéndose el polvo de la armadura mientras la cabra lo miraba con lo que juraría era una expresión de orgullo. Estaba listo para enfrentar lo que las Landas de Etten tuvieran que arrojarle, con su sistema como arma y su cabra como aliada.


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