LORD OF THE ELDEN RING

Chapter 1: 1) Un nuevo comienzo...



Solo se escuchaba un leve suspiro y el sonido de una pava hirviendo, indicando que el agua ya estaba demasiado caliente. Un joven se levantó con dificultad de su cama, rompiendo el escaso descanso que había conseguido.

27 años. Cabello oscuro y una barba rala, desaliñado y tambaleante por el cansancio. Sus ojos recorrieron el lugar, y no pudo hacer otra cosa más que aceptar su realidad: una pequeña casa centenaria, donde cocina, comedor y dormitorio coexistían en un único espacio. La única habitación aparte era un diminuto baño que, por más que lo limpiara, nunca lograba parecer completamente higiénico debido al inexorable paso del tiempo.

La casa en sí misma hablaba de su edad: techos bajos, construidos en una época donde las proporciones eran más humildes. Todo en el interior, desde la cocina hasta los muebles y la cama, eran herencias o adquisiciones de segunda mano. Nada era nuevo… salvo una computadora, el mayor tesoro de aquella morada.

El joven apagó la hornalla, sirvió un té y, con pasos arrastrados, se dirigió al escritorio. Allí, frente a su fiel computadora, buscó refugio en una de las pocas cosas que le daban sentido a su vida.

"Bien, esta vez voy a lograrlo. Nada de reiniciar partidas. Tengo la guía, tengo la motivación… Esta vez voy a conseguir el final de Ranni" se dijo, intentando animarse.

El logo dorado de Elden Ring apareció en la pantalla, arrancándole una sonrisa fugaz. Pero esa sonrisa apenas duró unos segundos. Antes de que pudiera disfrutar del momento, su cuerpo se desplomó, quedando inerte.

La experiencia, sin embargo, no terminó ahí. En ese breve instante que pareció eterno, algo inexplicable ocurrió. Fue como si un gancho invisible lo arrancara de su realidad, llevándolo a otro lugar.

Su cuerpo sería hallado días después. La causa de su muerte seguiría siendo un misterio, sin señales de violencia ni indicios claros. Sin embargo, había algo inquietante: un círculo perfecto, marcado en su torso y espalda, como si algo más allá de lo comprensible lo hubiera atravesado.

...

Lo que ocurrió en el plano físico no llamó la atención de nadie. Para el mundo, todo permaneció igual. Pero más allá de lo material, las cosas eran distintas.

Algo se movía a gran velocidad, invisible a los ojos mortales. Era difícil describirlo: un vendaval que serpenteaba como un río onírico, una corriente de energía entropía que no seguía ninguna lógica humana. No era algo que mentes mortales pudieran comprender.

Ese viento caótico atravesaba todo a su paso: paredes, objetos, materia sólida. Pero cuando cruzó el pecho de aquel humano insignificante, algo cambió. A diferencia de los objetos inanimados, al pasar a través de él se llevó algo más. Una figura espectral, indefinida, quedó atrapada en su flujo.

La esencia del humano, ahora despojada de su cuerpo, fue arrastrada sin remedio.

...

El vendaval continuó su recorrido a una velocidad imposible de concebir, donde el tiempo y el espacio parecían no tener sentido alguno. No existía ni rapidez ni lentitud, solo un movimiento constante que desafiaba toda lógica.

Ya no se desplazaba en el mundo físico. Ahora atravesaba realidades alternativas, dimensiones que alternaban entre lo incomprensible y lo familiar. La figura espectral, aún atrapada en el flujo del viento caótico, apenas era consciente de su entorno. Sus sentidos eran débiles, como si estuviera sumida en un sueño profundo.

En cierto momento, el vendaval atravesó un lugar que el humano habría reconocido. Era un mundo que le resultaba sorprendentemente familiar: el escenario donde transcurrían las aventuras del videojuego que había estado a punto de disfrutar. Sin embargo, no se trataba de un simple planeta o región. El vendaval no se detuvo en un espacio físico. Pasó a través de un punto único, un nodo donde el pasado, el presente y el futuro de ese mundo convergían. Un lugar donde todo ese universo coexistía simultáneamente.

...

La figura espectral, aún debilitada y sin forma física, apenas podía procesar lo que ocurría a su alrededor. Su mente, fragmentada y confusa, intentaba aferrarse a cualquier atisbo de comprensión y solo alcanzó a asociar al ser que lo arrastraba con la imagen de una serpiente inmensa, deslizándose entre dimensiones.

El entorno era un caos de incomprensibles luces y sombras. No podía discernir qué había más allá, o mejor dicho, su mente, insuficiente para abarcar aquello, simplemente no podía procesarlo. Lo que no comprendía, no podía percibirlo. Sin embargo, algo nuevo comenzó a llamar su atención.

La serpiente se acercaba a un pequeño punto de luz. Era extraño, porque no importaba cuánto se aproximara, el punto permanecía siempre del mismo tamaño, inmóvil y constante. Pero de un momento a otro, el punto quedó atrás. Había sido atravesado sin que el espíritu siquiera lo notara. Era como si jamás hubiera estado allí, y aun así, algo había cambiado. Ahora, algo más estaba adherido al cuerpo de la serpiente.

Con su percepción distorsionada y ralentizada, el espíritu humanoide comenzó a notar una presencia. Era otra figura, igualmente atrapada en el flujo de la serpiente. Esta nueva forma era más definida, más sólida. Parecía un niño, o tal vez una niña, con largos cabellos que fluían como si el viento los moviera. A diferencia del espectro humano, pálido y descolorido, esta figura brillaba con un intenso color dorado que envolvía todo su ser.

La serpiente continuaba su movimiento ondulante, como olas eternas, y ese vaivén hacía que las dos figuras espectrales se movieran levemente por su cuerpo. No parecían tener forma de escapar, pero el movimiento, lento e inexorable, las acercaba cada vez más entre sí.

No había forma de estimar cuánto tiempo pasó. Tal vez segundos, tal vez eternidades. Pero en algún punto, las dos figuras estuvieron lo suficientemente cerca como para que sus formas se tocaran. No era algo que debiera ocurrir. Con cada roce, con cada contacto, parecía que ambas entidades intercambiaban fragmentos de sí mismas. La conciencia del espíritu humano comenzó a desdibujarse, perdiendo los pocos remanentes de individualidad que le quedaban.

El movimiento de la serpiente no cesaba, forzando a las figuras a un contacto más íntimo. Poco a poco, partes de ambas entidades empezaron a superponerse. No había cuerpos físicos que delimitaran dónde terminaba uno y dónde comenzaba el otro. Obligados por la fuerza que los mantenía cautivos, los dos espíritus atravesaron el umbral de lo posible: comenzaron a fundirse.

Fue un proceso aterradoramente gradual. Las identidades de ambos, sus pensamientos, recuerdos e incluso la esencia misma de lo que eran, se deshilacharon como un tejido desgarrado hilo por hilo. Cada fragmento se entretejió nuevamente con el otro, formando algo nuevo, algo que no era ninguno de los dos, pero que contenía a ambos.

Cuando la fusión terminó, ya no quedaban rastros de dos entidades. Solo una única figura permanecía, su forma difusa y su esencia irreconocible. Su mente, si aún podía llamarse así, había caído en un estado de suspensión, como un sueño eterno. No había conflicto, ni dolor, solo un profundo y abrumador silencio. La paz de un alma que ya no era ni humano ni dorado, sino algo completamente distinto.

...

La serpiente continuó su interminable viaje, atravesando los múltiples aspectos de la realidad, sumergiéndose en el vacío y la nada, como si esos conceptos no fueran más que meros paisajes en su camino.

Pero incluso en el vacío absoluto, en la nada misma, nunca se está realmente a salvo. Hay horrores que acechan allí, males tan inimaginables que podrían describirse como las pesadillas de las propias pesadillas.

En ese espacio intangible, una entidad maligna reparó en el lento avance de la serpiente. Eran dos seres de un nivel tan elevado que apenas podían interactuar entre sí, aunque no completamente incapaces de hacerlo. Nadie podría comprender los pensamientos, si es que los había, de esa abominación que habitaba en el corazón del vacío. Sin embargo, por alguna razón, aquel ser extendió parte de su esencia hacia la serpiente, intentando alcanzarla.

La figura espectral dorada que descansaba sobre la serpiente seguía sumida en un sueño profundo, un estado suspendido más allá del tiempo y la percepción. Pero incluso en esa inconsciencia, el espíritu fue invadido por un dolor indescriptible, algo que desgarró su esencia. La forma más humana de describirlo sería imaginar que la entidad maligna extendió una uña infinitesimal y la clavó en el pecho del espíritu, dejando una marca antes de retirarla.

En circunstancias normales, ese simple contacto habría bastado para destruir al espíritu por completo, borrarlo de la existencia o deformarlo hasta convertirlo en algo irreconocible. Pero, ya fuera por accidente o intención, el efecto fue mínimo e indescifrable. La esencia del espíritu permaneció casi intacta, aunque algo había cambiado, algo que ni siquiera él podía percibir.

A pesar de este evento, la serpiente no se detuvo. Continuó su avance eterno, sin alterar su velocidad ni demostrar interés alguno, como si todo lo que sucediera fuera insignificante ante su propósito. Su rumbo permanecía fijo, dirigiéndose hacia su próximo destino en el infinito.

...

Con el paso de un tiempo imposible de medir, el espíritu comenzó a despertar. Su conciencia regresaba lentamente, aunque todavía confusa y fragmentada. Por alguna razón desconocida, sabía que su vigilia estaba relacionada con el final de su viaje.

Sus sentidos, aún débiles, empezaron a percibir su entorno. Ya no estaba en un plano irracional e incomprensible; ahora se encontraba en un espacio más reconocible. Podía ver estrellas, planetas y, al mirar atrás, divisó un planeta que se alejaba en la distancia. Una profunda nostalgia lo invadió, como si estuviera dejando algo importante atrás, algo de lo que no debía desprenderse.

Giró su mirada hacia adelante, hacia la negrura del espacio, tachonada de estrellas. Y entonces, algo comenzó a cambiar. Primero llegó el sonido: un canto, poderoso y resonante, que parecía vibrar en lo más profundo de su ser. Era un sonido incomprensible, y sin embargo, extraordinariamente hermoso.

Con el surgimiento del canto, el vacío frente a él empezó a transformarse. Un disco comenzó a formarse en la nada, cambiando y expandiéndose a una velocidad abrumadora. El espíritu observaba, aturdido, cómo ese disco evolucionaba, cómo surgían montañas, cómo la vida empezaba a aferrarse a sus tierras, cómo las plantas crecían, y cómo aquella creación plana se curvaba lentamente hasta convertirse en una esfera.

Era como presenciar el nacimiento de un mundo, un acto de creación majestuoso. Sin embargo, el espíritu, aún atrapado en su estado de confusión y agotamiento, no podía apreciar plenamente la belleza del acontecimiento. Además, sentía una presencia. Algo inmenso y poderoso lo estaba observando. No parecía hostil, pero su mera atención resultaba perturbadora, tan intensa que no podía ignorarla.

La serpiente continuaba acercándose a aquella nueva creación. El espíritu, incapaz de apartar la mirada, observó cómo el mundo cambiaba y evolucionaba ante él, cómo las montañas crecían, los ríos fluían y la vida florecía. Sin embargo, cuanto más avanzaba, más pesado se sentía, como si su propia energía se extinguiera.

Finalmente, cuando la serpiente estuvo lo suficientemente cerca, todo comenzó a oscurecerse. La visión del espíritu se apagaba lentamente, hasta que todo quedó sumido en la absoluta negrura.

Y después…

Nada.

...

En medio de un bosque, bajo la sombra de un imponente árbol, una pequeña figura yacía dormida con sus manos reposando sobre el vientre. Acostado sobre una cama de hierbas y hongos, que parecían haber crecido específicamente para acunar su cuerpo, se encontraba un niño de cabellos largos y dorados, vestido con una túnica blanca, simple pero impecable.

Dormía tan apaciblemente que parecía una obra de arte divina, perfecta en su quietud. A su alrededor, el silencio reinaba con una solemnidad abrumadora. Insectos y animales cercanos habían cesado sus movimientos, como si la presencia de aquel niño fuera sagrada, algo que no debía perturbarse, un ser que parecía no pertenecer al mundo mortal.

Un leve soplo de viento acarició el bosque, susurrando entre las ramas, y entonces la figura durmiente mostró signos de vida por primera vez. Sus párpados temblaron, y poco después, sus ojos se abrieron lentamente.

Con movimientos torpes y confusos, el niño se incorporó de su cama vegetal. Intentó levantarse, pero sus piernas, frágiles como las de un recién nacido, cedieron, y cayó de rodillas sobre el suelo, dejando escapar un suave gemido de dolor. Al observar sus manos, descubrió una pequeña ramita incrustada en su piel, de la que brotaba un hilo de sangre roja.

"¿Por qué estoy sangrando...?" preguntó en voz baja, mareado y desconcertado.

Miró a su alrededor: el frondoso bosque, los campos no muy lejanos. Todo era extrañamente familiar, pero al mismo tiempo desconocido, como un sueño del que no podía despertar.

Poco a poco, su mente comenzaba a aclararse, aunque esa claridad solo incrementaba su confusión. Se puso en pie con dificultad, tambaleándose, sintiendo la debilidad de su cuerpo, como si este no estuviera diseñado para sostenerse en el mundo.

"¿Dónde estoy...?" murmuró con una voz apenas audible. "¿Quién soy...?"

Su mente vagaba perdida, buscando respuestas que parecían estar justo fuera de su alcance. Sabía que su identidad era importante, vital incluso, pero cuando intentaba recordarla, solo surgían fragmentos desconexos.

"Mi nombre... mi nombre..."

"Miquella..."

"No... ese no es mi nombre..."

"O sí..."

"Pero también tenía otro nombre..."

"cual era...

El niño dudaba, atrapado entre dos identidades que no lograba reconciliar. Una parte de él sabía que "Miquella" era su nombre, pero también recordaba vagamente otro que se negaba a revelarse. Finalmente, dejó escapar un suspiro tembloroso.

"Entonces... soy Miquella.... Miquella el amable.... Miquella el Empíreo... hijo de Márika y Radagón... hermano de Malenia..."

Mientras pronunciaba esas palabras, su cuerpo, ya débil, tembló como si fuera incapaz de soportar el peso de la verdad. No solo sabía quién era, sino que también recordaba haber sido alguien más. Dos vidas, dos perspectivas fusionadas, como si su alma hubiera absorbido la esencia de otro ser. Esa unión le otorgaba tanto fuerza como fragilidad, un equilibrio inestable que lo llenaba de deseos incumplidos, remordimientos y metas incompletas.

Miquella observó su propio cuerpo, tan familiar y al mismo tiempo extraño. La maldición que lo condenaba a la eterna infancia seguía presente. A pesar de lo improbable de su situación, esa realidad inmutable lo afligía profundamente. Pero, mientras se exploraba a sí mismo, descubrió dos cosas que llamaron su atención.

Bajo su túnica blanca, sobre su pecho, había una mancha negra que no recordaba. Su sola presencia le infundía un miedo inexplicable, como si fuera un veneno letal que, sin embargo, no parecía afectarlo.

lo otro, era un anillo, un anillo que parecia no estar hehco de nada fisico. puntos brillantes que se movian lentamente en el aire, quisas una corriente de viento o agua solida, casi completmaente transparente. un extraño anillo que podria describirse como hecho de polvo de estrella recidia sobre su dedo anular isquierdo, y en su exterior varios simbolso o figuras siempre cambiantes que parecian familaires pero desconocidas por momentos.

El otro descubrimiento fue un anillo. No parecía estar hecho de materia tangible; era una corona de puntos luminosos que flotaban y se movían lentamente, como polvo de estrellas atrapado en una corriente invisible. El anillo, casi transparente, adornaba su dedo anular izquierdo, y en su superficie destellaban símbolos cambiantes, familiares por momentos y desconocidos en otros.

Miquella rozó el borde del anillo con suavidad. Al hacerlo, un flujo de palabras brotó de sus labios sin que las hubiera pensado, como si fueran dictadas desde un lugar profundo y remoto:

"Un anillo... el poder de crear... el don de destruir... la capacidad de cambiarlo todo..."


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