Chapter 45: 45) Rosita necesita un polvo
Rosita llegó a su habitación tambaleándose, cerró la puerta con un golpe seco y casi cayó de rodillas. Sus piernas apenas la sostenían, su pecho subía y bajaba en jadeos irregulares y su piel ardía, cubierta de sudor. El aire olía a perfume, humo y algo más... el rastro de sus compañeras seguía impregnado en su nariz, reviviendo el contacto.
Se dejó caer sobre la cama, estirada boca arriba, con el brazo cubriéndole los ojos. Su respiración era entrecortada, su mente un caos.
Pasaron minutos, quizá más, antes de que pudiera hacer algo más que intentar calmarse. Sabía que su descanso había terminado hace tiempo, pero eso no importaba. En situaciones así, las sirvientas se cubrían entre ellas... aunque pensar en ellas era lo último que quería hacer ahora.
Cuando al fin recuperó algo de compostura, un nuevo pánico la sacudió. No podía creer lo que había pasado. Esas manos sobre su piel, esos susurros venenosos, el beso... Y lo peor de todo: su cuerpo no se había resistido. Lo había sentido. Lo había disfrutado.
No. No podía aceptarlo.
Ella no era así. Nunca se había considerado una mujer que pudiera sentirse atraída por otras mujeres. Ni siquiera en su época universitaria, cuando tuvo oportunidades de experimentar, se había permitido algo parecido. Entonces, ¿por qué ahora? ¿Por qué no se había apartado? ¿Por qué su cuerpo había reaccionado de esa manera?
La confusión y el miedo se entrelazaban en su pecho como una soga apretándose más y más.
Tenía que irse. No podía seguir en esa mansión ni un minuto más. No después de lo que pasó. No después de haber sido... ¿atacada? ¿O fue ella la que mandó señales equivocadas?
Ese pensamiento la carcomía.
Se levantó con torpeza y se dispuso a cambiarse, pero al tocar su ropa interior sintió la tela húmeda y floja. Su rostro se encendió de vergüenza. Estaban empapadas. Su estómago se revolvió. Era otra prueba innegable de lo que había sucedido.
No podía soportarlo. Ni siquiera podía mirarse a sí misma.
Corrió al baño y se metió bajo la ducha, dejando que el agua fría le golpeara la piel hasta que el calor en su cuerpo se disipó... al menos, un poco. Se restregó con furia, como si pudiera borrar el contacto, la sensación, el recuerdo.
Al salir, se vistió con su ropa normal, tomó la que había usado y la guardó en su bolso. No podía dejarla en la mansión. No podía permitir que la sirvienta a la que le tocara la lavanderia la encontrara y supiera lo que había pasado.
Con el corazón martillándole el pecho, salió a escondidas, asegurándose de que nadie la viera hasta llegar al garaje. Una vez dentro de su auto, encendió el motor y pisó el acelerador.
...
Rosita llegó a casa con la cabeza aún revuelta por todo lo sucedido, pero segura de su decisión. Al entrar, encontró a la niñera aún allí, ocupándose de los niños. Sin darle demasiadas explicaciones, la llevó a un rincón apartado y, con un gesto firme, le deslizó un fajo de billetes en la mano. Era una cantidad considerable, pero después de meses de trabajo con un aumento de sueldo constante, podía permitírselo.
Rosita: "Quiero que lleves a los niños al parque y los canses bien. Déjalos correr, jugar, lo que sea, pero que vuelvan agotados."
La niñera parpadeó, algo confundida, pero aceptó sin hacer preguntas. Después de prepararse rápidamente, se llevó a los niños, dejándola sola en casa.
Rosita suspiró pesadamente. Subió a su habitación y, por un momento, simplemente se quedó allí, mirando su reflejo en el espejo. Pero pronto la frustración la dominó. Algo en su interior se removía con fuerza, una mezcla de confusión, deseo reprimido y la necesidad de reafirmar quién era.
Rebuscó entre sus cosas, pero no encontró lo que quería, lo que podría ayudarla, así que tenía que conseguirlo fuera. Con un gesto brusco, tomó sus llaves y salió.
Se dirigió a una tienda de lencería y, con el rostro aún caliente, escogió lo más atrevido que pudo aceptar. A pesar de la tormenta en su interior, algunas cosas seguían siendo demasiado para ella. Después de eso, pasó por algunas otras tiendas y volvió a casa con las bolsas en mano, lista para ejecutar su plan.
Esa noche se quitaría de encima toda esa tensión sexual que, sin duda, la había llevado a esa situación con otras mujeres.
Las horas pasaron, y la niñera regresó con los niños dormidos en brazos. Juntas los bañaron y los acostaron, asegurándose de que quedaran profundamente dormidos. Una vez que la niñera se marchó, Rosita puso manos a la obra.
Se dio una ducha, dejando que el agua tibia relajara su cuerpo y despejara un poco su mente. Luego, se puso su nueva lencería—un conjunto que jamás habría considerado antes—y, por precaución, se cubrió con una bata de baño. Encendió velas aromáticas, puso música suave y descorchó una botella de buen vino.
Sabía que su marido llegaría tarde, como siempre, pero esta vez no le molestaba. Estaba decidida a conseguir lo que quería, incluso si tenía que esperarlo más de lo habitual.
Con paciencia, bebió su vino, sintiendo el calor del licor extenderse por su cuerpo.
Finalmente, el sonido de la puerta se hizo presente.
El tintineo errático de las llaves fallando en la cerradura le fue familiar al instante. Un sonido que, últimamente, había aprendido a asociar con Norman borracho.
Rodó los ojos y suspiró, rezando porque no estuviera demasiado ebrio como para arruinar sus planes.
La puerta se abrió de golpe, y Norman casi cayó de frente, tambaleándose. Rosita lo atrapó antes de que se estrellara contra el suelo. El fuerte olor a alcohol golpeó su nariz, mezclado con comida, perfume y algo más... su traje estaba adornado con confeti y tiras de colores, y un ridículo sombrero de fiesta descansaba sobre su cabeza.
Norman: "Roshita... ¿cómo estás, amor...? ¿Cómo estuvo la fiesta...?" —murmuró él con el típico tono arrastrado de los ebrios.
Rosita entrecerró los ojos
Rosita: Creo que el que fue a una fiesta fuiste tú, Norman." —dijo impotente.
Norman: "Ah... shi, cierto... Gran fiesta... Mi jefe me llevó... porque yo ascenso... weee..." —Exclamó, pero no podía ni mantenerse en pie.
Rosita reprimió su frustración y sonrió, obligándose a mantener el ánimo.
Rosita: "Me alegra que te esté yendo bien. Y tengo algo divertido planeado para esta noche. Vamos al cuarto."
Sabía que su esposo, en ese estado, no sería un amante espectacular, pero quizá podía arrancar uno o dos minutos de acción, lo suficiente para aliviar su propio deseo.
Norman se dejó caer sobre el sofá con un suspiro pesado.
Norman: "Ya tuve diversión... Mucha en la fiesta... Vamos a dormir..."
Las palabras le golpearon como un balde de agua fría. Rosita apretó los puños, su paciencia colgando de un hilo. Se acercó y se inclinó frente a él, mirándolo a los ojos con seriedad.
Rosita: "Norman, sé que puede que no sea el mejor momento para ti... pero realmente necesito esto ahora." Su voz temblaba con una mezcla de necesidad y rabia contenida.
Rosita no recibió respuesta de Norman, quien apenas podía mantenerse en pie. Viéndolo así, dudó por un momento en seguir con su plan, pero necesitaba intentarlo. Con un suspiro resignado, lo ayudó a subir las escaleras y lo llevó a la cama. En su estado de ebriedad, Norman ni siquiera notó todo el esfuerzo que su esposa había hecho para preparar el ambiente.
Con paciencia, Rosita comenzó a desvestirlo, esperando que el contacto y la cercanía despertaran alguna pasión en él. Se movió con delicadeza, intentando recordar aquellos días en los que su simple presencia bastaba para avivar el deseo entre ambos.
Rosita: "Vamos, Norman… solo un poco. Te prometo que te gustará" —susurró, tratando de sonar seductora.— "No lo hemos hecho en tanto tiempo… necesitamos algo de acción."
Mientras hablaba, con movimientos calculados, le quitó las medias, pero vio cómo Norman apenas reaccionaba. Sus párpados caían pesados, su respiración se volvía más lenta… estaba al borde de quedarse dormido.
Norman: "Mañana…" —balbuceó él, con la voz arrastrada y pastosa.
Rosita: "Norman… por favor" —insistió, deslizando sus dedos por su pecho—. "No tienes que hacer nada, déjame encargarme de todo."
Intentó que su tono sonara tentador, provocador, esperando reavivar la chispa que hacía tanto tiempo parecía haberse apagado. Pero Norman ni siquiera abrió los ojos. Solo yacía ahí, con una sonrisa inconsciente en su rostro, completamente ajeno a sus esfuerzos.
Rosita mordió su labio. No quería rendirse. No todavía.
Con manos temblorosas, bajó los pantalones de su esposo, exponiendo su pene ante la tenue luz de las velas. Lo observó en silencio por un instante, sintiendo una mezcla de nostalgia y tristeza. Era algo tan familiar y, al mismo tiempo, tan lejano. No era como las cosas que había visto y escuchado en aquella mansión… pero no se trataba de eso. Se trataba de ellos, de lo que alguna vez fueron y de lo que ella necesitaba recuperar. Era justo y suficiente para ella, no necesitaba mas.
Tomó su miembro con delicadeza y comenzó a estimularlo, dejando pequeños besos en su estómago mientras sus labios pintados dejaban huellas en su piel. Esperaba que reaccionara, que la buscara, que sintiera al menos una pizca de deseo. Pero no obtuvo respuesta.
Frunció el ceño cuando escuchó un ronquido.
La frustración se apoderó de ella. Sin pensar, le dio un pequeño pellizco en el muslo. Norman gruñó levemente, removiéndose un poco en la cama antes de volver a acomodarse.
Rosita contuvo la respiración. Sabía que no había sido lo correcto, pero no podía detenerse ahora. Volvió a intentarlo, buscando despertar la "Lanza porcina" dormida en su esposo…
Pero la cosa no fue bien. Siguió moviendo su mano, pero parecía que el pequeño Norman no quería cooperar. Incluso llegó a usar su boca para intentar "despertar a la bestia" pero no obtuvo nada aceptable. Apenas había logrado llevarlo a media asta por muy poco tiempo. Rosita estaba desesperada, incluso soporto hacer algo como una mamada, que unas contadas veces había realizado y que no le gustaba por el sabor que le quedaba, pero no consiguió nada.
Rosita: "Quizás mañana…" susurró para sí misma, aunque en el fondo, ni siquiera estaba segura de si lo creía.
Con el corazón pesado y la mente hecha un caos, se cubrió con la bata y apagó las velas una por una antes de acostarse a su lado. Pero a diferencia de Norman, ella no pudo dormir con facilidad.
...
A la mañana siguiente, Rosita intentó una vez más despertar a Norman, recurriendo a su boca otra vez como ultima opcion y ciertamente estaba funcionando mejor, pero el problema era la resaca que Norman tenía luego de la fiesta de anoche. . Esta vez, parecía estar logrando más respuesta que la noche anterior, pero la resaca de su esposo no tardó en interferir. Norman, aún medio dormido, parecía confundido por lo que su esposa estaba haciendo, pero no lo suficientemente despierto ni consciente para participar realmente.
Rosita perseveró, dedicando varios minutos a su labor hasta que, finalmente, las bolas de Norman se dispusieron a soltar una pequeña cantidad de jugo… solo para ver cómo, en cuestión de segundos, todo volvía a la flacidez e inactividad.
Frustrada y con una sensación de vacío en el pecho, se levantó de la cama y pasó un largo rato en el baño, cepillándose los dientes con más fuerza de la necesaria, intentando borrar el sabor amargo de su boca.
Antes de que pudiera hablar con Norman, tal vez para intentar planear una noche donde realmente pudieran estar juntos, él ya se había marchado. Ni una palabra, ni un gesto, solo el eco de una puerta cerrándose tras él.
Rosita se quedó en silencio, sentada en el borde de la cama, sintiendo el peso de su propia tristeza. Su mente giraba en torno a Norman, a su indiferencia, a la intimidad que parecía haberse desvanecido entre ellos… y luego, un pensamiento incómodo la golpeó.
'Su lápiz labial de anoche no era tan oscuro.'
Con una punzada en el estómago, sus ojos se posaron en las marcas que había notado en su esposo. Era un detalle pequeño, fácil de pasar por alto, pero ahora parecía una pista de algo más grande, algo que no estaba lista para enfrentar... así que consideró que estaba imaginando cosas.
Respiró hondo, tratando de calmarse. No podía dejar que esto la consumiera. Tenía responsabilidades, y aunque su vida personal estuviera hecha un desastre, no podía abandonar su trabajo.
Había llamado el día anterior para reportar su ausencia y ya había acordado cómo compensar las horas perdidas. Sin embargo, la idea de regresar sin haber logrado apaciguar el torbellino de emociones dentro de ella la aterraba.
...
Al final, no tuvo más opción que volver a la mansión. Con su traje de sirvienta recién lavado, intentó retomar su rutina laboral como si nada hubiera pasado.
Pero el destino no le había jugado a favor en mucho tiempo.
Desde el momento en que puso un pie en la mansión, se dio cuenta de que evitar a aquellas compañeras con las que había tenido aquel incidente sería imposible. Las miradas cómplices, las sonrisas sugerentes y las burlas apenas disimuladas la seguían a cada paso.
Algunas se limitaban a soltar comentarios mordaces al pasar, otras eran más atrevidas, lanzándole sensuales invitaciones a sus habitaciones con descaro. Pero lo peor de todo eran las caricias fugaces, los roces intencionados… y esas nalgadas repentinas que la hacían estremecerse, sin saber si de vergüenza, enojo o algo más profundo que no quería admitir.
Rosita apretó los labios, respirando hondo. Solo tenía que aguantar, mantenerse firme, fingir que nada de esto le afectaba.
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