Chapter 44: 44) Compañeras de trabajo
El tiempo había pasado y Rosita seguía trabajando en la mansión ZooBlack. Ya se había acostumbrado a este trabajo; los primeros meses fueron difíciles, pero ahora parecía casi una normalidad.
Al principio, la situación en su hogar había sido problemática. Con el tiempo, sus hijos notaron su ausencia en comparación con el pasado y no estaban del todo tranquilos, pero eventualmente se adaptaron. Norman, por su parte, seguía trabajando hasta tarde, por lo que el cambio en su rutina diaria no fue tan notorio. Lo más difícil para Rosita fue el agotamiento: trabajar en la mansión, luego volver a casa para encargarse de sus hijos y las tareas domésticas era una carga pesada. Si no fuera por la ayuda de la niñera y ciertas consideraciones en la mansión, probablemente no habría podido sostener ese ritmo por mucho tiempo.
Durante su tiempo en casa, se esforzaba por ser la mejor madre y esposa, tratando de compensar su ausencia. Y en la mansión, procuraba dar siempre lo mejor de sí, en agradecimiento por la oportunidad que se le había dado.
Ahora mismo estaba en su turno de trabajo, aunque en su hora de descanso. Se encontraba en el comedor de empleados, no muy lejos de las habitaciones. Había varias mesas, tanto redondas como rectangulares, y más allá, contra la pared, una cocina con un par de chefs que solo estaban allí durante el almuerzo y la cena. Rosita estaba sentada en una de las mesas rectangulares junto a otras sirvientas, disfrutando de la lujosa comida que le habían servido en su plato.
Había que reconocer que este lugar era muy considerado con su personal. La comida que recibían era la misma que se servía al propio Riuz, sin distinciones. Rosita no podía evitar preguntarse cuánto dinero se gastaba en todos estos lujos, solo para los sirvientes.
Sirvienta 2: "Apenas me agaché para recoger el trapo y ya sentía su pene atravesando mi ropa interior y abriéndose paso en mis entrañas. En serio, son las terceras bragas rotas en esta quincena… creo que mejor voy a dejar de usarlas." —rió mientras contaba su anécdota.
Bueno, esto era lo único a lo que Rosita todavía no lograba acostumbrarse en este trabajo. Sus compañeras no parecían tener el menor pudor en relatar todo tipo de situaciones vergonzosas que ocurrían en la mansión, muchas de las cuales ella había tenido la desgracia de presenciar accidentalmente en más de una ocasión. Incluso las sirvientas más nuevas parecían haberse adaptado rápidamente a este ambiente y se unían con entusiasmo a las conversaciones. Solo ella no terminaba de sentirse cómoda con tanta "expresividad".
Sirvienta 2: "Rosita, ¿estás bien?" —preguntó al ver a la cerdita encogiéndose de vergüenza.
Rosita: "S-Sí, solo… creo que tengo que irme…" —intentó excusarse, planeando terminar de comer en otro lado o, mejor aún, volver a su trabajo y comer después, cuando no hubiera nadie.
Sirvienta 3: "¡Vamos, Rosita! ¿Vas a huir de nosotras otra vez? ¿Acaso somos tan malas que ni siquiera puedes pasar un ratito con nosotras?" —dijo con una mezcla de burla y falsa indignación.
Sirvienta 4: "Sí, siempre te escapas… Aunque pareces amable, resulta que nos desprecias a todas."
Rosita: "No, no, no… no es eso."
Sirvienta 1: "¿Entonces por qué siempre huyes de nosotras?" —preguntó mientras encendía un cigarro.
Rosita: "Ya les dije… este tipo de charlas me pone incómoda." —murmuró, bajando la cabeza, avergonzada.
Las sirvientas intercambiaron miradas maliciosas entre sí. Dos de ellas se colocaron a ambos lados de Rosita en el banco, cerrándole cualquier posible vía de escape, mientras acercaban sus cuerpos, restringiendo su movimiento. Mientras tanto, otra sirvienta, no muy lejos, encendió un leve y casi imperceptible incienso.
Sirvienta 2: "Vamos, Rosita… todas somos mujeres maduras, podemos hablar de cosas como estas."
Sirvienta 3: "Sí, además, llevas ya varios meses aquí. El amo ya debió haberte dejado el coño bien relleno… ¡podríamos considerarnos hermanas de leche!" —dijo juguetonamente.
Rosita: "¡N-No…! ¡Yo no…!" —murmuró cada vez más sonrojada. Esto no era ni el tipo de conversación ni el vocabulario que podía soportar, aunque… extrañamente, hoy se sentía un poco menos inhibida que de costumbre.
Sirvienta 4: "¿¡Nada!? ¿¡En serio!? Pero si llevas aquí meses… ¿Acaso el amo te odia?"
Sirvienta 3: "No puede ser, él no odia a ninguna chica… y si fuera así, tú no estarías trabajando aquí, ¿verdad?"
Sirvienta 2: "Rosita… no me digas que eres virgen a tu edad." —soltó una carcajada burlona— "Si el amo no ha avanzado contigo, seguro es porque tienes miedo. Pero tranquila, él puede ser gentil si se lo pides."
Rosita: "¡No soy virgen!" —respondió con dificultad— "Soy madre de 25 niños."
Sirvienta 3: "¡¿25?!"
Sirvienta 4: "Pobre tu coño…" —dijo con auténtica compasión— "Pero si el problema es médico, se puede arreglar. Los ZooBlack tienen un servicio médico especial reservado para unos pocos. Estoy segura de que pueden solucionar cualquier cosa que tengas."
Sirvienta 1: "De cualquier forma… tienes más agujeros." —comentó con total naturalidad, dando otra calada a su cigarro.
Rosita: "No tengo ningún problema médico." —suspiró con impotencia. Ya había querido levantarse e irse, pero los cuerpos voluminosos y sudorosos de sus compañeras bloqueaban su salida— "Es que… estoy casada."
Hubo un pequeño silencio entre las sirvientas, que se miraron entre sí antes de volver la vista hacia Rosita. La cerdita parpadeó, confundida ante las expresiones de incredulidad que le dirigían sus compañeras.
Sirvienta 2: "¿Y eso qué tiene que ver? Yo también estoy casada." —dijo con total naturalidad— "Y eso no me impidió probar semejante verga."
Rosita: "Estoy felizmente casada." —aclaró con firmeza.
Un nuevo silencio se instaló en la mesa, hasta que un par de sirvientas rompieron en carcajadas.
Sirvienta 3: "Vamos, Rosita, no caigas en esas mentiras."
Sirvienta 2: "Déjame adivinar… ¿Estás casada con un hombre, verdad?" —dijo con una ceja en alto— "Mira, créeme, ningún macho se compara con un humano cuando se trata de sexo. No pierdas la oportunidad de tu vida, fóllate al amo Riuz antes de que te arrepientas. Esa pobre excusa de marido que tienes no debería detenerte."
Rosita: "Sé lo que hago." —respondió, empezando a irritarse— "No cuestiono sus decisiones de vida, pero espero que respeten las mías." —su mirada seria dejó claro que no estaba para bromas— "Además, Norman es un gran esposo, es todo lo que necesito."
Sirvienta 2: "Está bien, tranquila, lo siento." —se disculpó, alzando las manos en señal de rendición— "Pero por experiencia… sé lo que digo."
El ambiente, que había comenzado a caldearse, volvió a relajarse tras la disculpa. Rosita dejó de tensarse tanto, aunque aún sentía algo de calor y su piel sudaba ligeramente. Tras unos minutos de tranquilidad, mientras todas retomaban su comida, otra voz rompió el silencio.
Sirvienta 4: "Así que… ¿cómo es ese semental con el que estás casada?" —preguntó con curiosidad— "Digo, si por él rechazas la oportunidad de follarte a un ZooBlack, aunque sea solo una vez, debe cogerte como una bestia para mantenerte satisfecha."
Sirvienta 3: "Sí, seguro que es todos los días, varias veces al día, hasta que necesites ponerte hielo en el coño." —añadió burlonamente.
Todas las miradas se clavaron en Rosita, quien comenzaba a sonrojarse otra vez.
Rosita: "No… nada parecido… todo normal." —respondió con vergüenza, sin darse cuenta de que, en otras circunstancias, se habría negado a contestar.
Sirvienta 2: "Vamos, tiene que haber algo especial. ¿Cómo fue la última vez?"
Rosita: "Hmmm… ¿normal?"
Sirvienta 3: "¿Y qué es 'normal'?" —insistió— "Vamos, dinos, ¿tiene un buen paquete? ¿Puede durar horas sin parar? ¿Qué tiene de especial?"
Rosita: "Solo… normal. Dura lo normal y… tiene un pene normal… normal." —respondió, tapándose la cara con las manos, sin creerse que estaba diciendo aquello.
Sirvienta 1: "Sí, supongo que tiene sentido. Siempre te ves bien, nunca te vimos renquear, así que el sexo no debe ser tan intenso como con el amo. Pero seguro que de vez en cuando le das duro." —dijo con total descaro— "¿Cuándo fue la última vez que tuviste una buena revolcada?"
Rosita bajó aún más la cabeza, sin responder.
Sirvienta 2: "Vamos, estamos entre colegas… amigas, si nos lo permites." —dijo con un tono de complicidad— "Cuéntanos, ¿cuándo fue la última vez que tu marido 'llenó tu pocilga' como se debe? ¿O es que ni siquiera lo recuerdas?"
Rosita: "Yo…" —murmuró con duda, sintiendo de nuevo todas las miradas clavadas en ella con intensidad.
Sirvienta 4: "Bueno, está bien, sin presiones." —dijo con un tono más comprensivo— "Supongo que hace tiempo que no tienes un buen polvo, ¿verdad? No te avergüences, con veinticinco hijos que cuidar además de trabajar aquí… Seguro que necesitas más tiempo del que quieres admitir." —palmeó su espalda con simpatía.
Rosita: "Bueno..."
Sirvienta 3: "Entonces dime, ¿cuándo fue tu último polvo? Aunque haya sido malo." —inquirió, mirándola de arriba abajo— "Te ves demasiado estresada… Como si en toda esta semana no hubieras tenido nada de acción. Tienes que decirle a tu marido que reactive antes de que se te llene de telarañas ahí abajo."
Rosita: "..."
Sirvientas: "¿?!"
Sirvienta 3: "Vamos, Rosita… No puedes decirnos que nunca has tenido sexo, con la cantidad de hijos que tienes." —la miraron incrédulas.
Rosita: "No, claro que he tenido sexo..."
Sirvienta 1: "¿Y cuándo fue la última vez?" —preguntó, más seria esta vez, dándole una calada a su cigarro.
Rosita: "Yo… creo que… el año pasado..." —respondió con duda, su voz apenas un murmullo. Se sintió aún más pequeña bajo las miradas intensas de sus compañeras… aunque de por sí ya era la más pequeña de la mesa.
Sirvientas: "¡¿0_0?!"
El silencio que siguió fue mucho más largo esta vez. Todas las mujeres la observaban fijamente, intentando discernir si lo que acababa de decir tenía la más mínima posibilidad de ser real.
Sirvienta 2: "Dioses… Rosita, yo dejé de tener sexo con mi marido cuando empecé a servir al amo Riuz, pero tú… pobre…"
Sirvienta 3: "Tu marido no te folla y aun así rechazas la oportunidad de acostarte con un ZooBlack?" —preguntó con absoluta incredulidad— "¿Acaso no te hicieron una prueba psicológica antes de darte este trabajo? Creo que deberíamos llevarte con la doctora."
Sirvienta 4: "O…" —intervino, viendo la situación desde otro ángulo— "Tal vez tu marido te trata como a una diosa." —se cruzó de brazos, pensativa— "Sí, eso tiene sentido. Supongo que compensa la falta de sexo de otras formas. Ahora entiendo por qué siempre tienes tanta prisa por irte temprano."
Las demás asintieron, considerando aquella posibilidad.
Sirvienta 2: "Sí… ¿Qué te espera en casa?" —preguntó con curiosidad— "Y ahora que lo pienso… ¿puedo acompañarte hoy? Quiero ver qué tiene tu marido."
Rosita: "No… él no está en casa ahora…"
Sirvienta 3: "¿Está de viaje?" —preguntó con una mezcla de simpatía y lástima— "Tiempos duros… Pero entonces dime, ¿cómo te agasaja para compensar todo el sexo que te estás perdiendo?"
Rosita: "No… no es así… La vida no es solo sexo..." —dijo, sintiéndose cada vez más avergonzada.
Pero sus compañeras no cedieron y continuaron con preguntas sobre su marido, insistiendo en saber más.
Rosita: "Él está trabajando…" —su voz se hizo más pequeña— "Solo lo veo un poco por la noche y en la mañana… Tenemos problemas de dinero, es un tiempo difícil… Así que no nos vemos mucho, pero…"
Se quedó en silencio. Su propia voz sonaba como una excusa barata y ella misma lo sabía.
Las miradas de sus compañeras dejaban claro todo sin necesidad de palabras. Sí… Su marido no le daba sexo espectacular. Ni siquiera lo habían tenido en mucho tiempo. Tampoco pasaba tiempo con ella por el trabajo… Pero seguía siendo su marido.
Las demás sirvientas intercambiaron sonrisas cómplices al ver el nerviosismo y vulnerabilidad de Rosita. El incienso sobre la mesa ya se había consumido en gran parte. Las miradas conspirativas estaban bien ocultas… pero eran evidentes.
Sirvienta 1: "Lo siento por ti, Rosita. Debe ser difícil." Expulsó el humo de su cigarro en la cara de la cerdita mientras deslizaba lentamente su mano en su cintura, fijándola sutilmente contra ella.
Rosita: *cof* *cof* "No, no es para tanto. Soy muy feliz así." Tosió levemente, sintiéndose un poco incómoda, aunque sin notar del todo la mano en su cintura o, quizás, sin darle importancia en ese momento. Se sentía algo aturdida, su mente funcionando más lento de lo habitual.
Sirvienta 2: "Sí, una lástima… Déjame decirte algo, Rosita. A veces los maridos solo son un estorbo. Hay cosas que merecemos, que nos hacen sentir verdaderas mujeres." Su tono era envolvente, como un canto de sirena, mientras la cerdita se sonrojaba al notar que la sujetaban más cerca, apretada contra la sirvienta fumadora.
Sirvienta 4: "Es cierto. Hay placeres que no deberíamos negar. No a nosotras mismas. No cuando tenemos al único hombre digno de llamarse así cerca de nosotras..." Susurró en su oído con un tono suave y persuasivo, su mano bajando hasta el muslo de Rosita, acariciando su piel expuesta por el uniforme de forma muy cariñosa y sensual.
Rosita sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Su respiración se volvió inestable. Su cabeza pesaba. ¿Por qué se sentía tan mareada? Intentó moverse, pero se sintió atrapada entre sus compañeras. Su cuerpo se tensó cuando notó el calor de una mano deslizarse más cerca de su pierna de lo que consideraba apropiado.
Rosita se asustó, pero no parecía tener fuerzas para resistirlo, incluso podía sentir que su ropa interior se mojaba lentamente en contra de su voluntad.
Sirvienta 3: "Cuando él se corre dentro… te llena de una manera que nunca habías imaginado. Te sientes demasiado llena pero deseosa de mas..." Su voz sonaba casi hipnótica, como si recitara un secreto prohibido. "Nos lo merecemos, Rosita. Tú también lo mereces."
Sirvienta 2: "No tienes que resistirte si no quieres. Es natural desearlo. ¿Por qué privarte de lo que tu propio cuerpo anhela? Tu marido no tiene por qué saberlo. Es más, si de verdad te ama, debería desear que seas feliz y no te perdieras esta oportunidad."
Rosita sintió una sensación de ahogo. Algo no estaba bien. Su corazón latía con fuerza, pero su cuerpo parecía no responderle del todo. Las miradas de sus compañeras eran intensas, cómplices, como si supieran algo que ella aún no entendía.
Sirvienta 1: "No te preocupes. Somos como hermanas. No hay secretos entre nosotras." Se inclinó aún más, sus labios casi tocando su oído. "A veces, incluso nos obliga a follar entre nosotras… y después, es imposible dejar de pensar en nuestras queridas compañeras… sus gemidos..."
Rosita estaba mareada al punto de no poder detener a su compañera, que ahora la agarraba de los pechos y comenzaba a besarla, invadiendo su boca, contaminándola. Por su otro lado, esa mano ya llegó a frotar el borde de su lugar íntimo, y había comenzado a desatar los ligeros nudos de su ropa interior, que estaba casi lista para caerse.
Su mente, aunque nublada, emitió una alarma. No, esto no estaba bien. No era normal. Se obligó a reaccionar, forzando su cuerpo a moverse. Con un torpe movimiento, logró zafarse y dar un paso atrás, respirando con dificultad.
Rosita: "Lo siento… Yo… tengo que irme." Dijo con esfuerzo, sosteniéndose con una mano mientras la otra se aseguraba de sujetar sus bragas. Se alejó con pasos vacilantes, casi tropezando, pero con la única determinación de salir de ahí.
Las sirvientas la observaron marcharse, sus expresiones apenas cambiando, como si todo hubiera salido exactamente como querían. Una sonrisa velada, miradas que se cruzaban con entendimiento.
Sirvienta 3: "Qué adorable… No tardará mucho."
Sirvienta 4: "No. Solo necesita un pequeño empujón más."
El incienso seguía ardiendo lentamente en la habitación, llenando el aire con su aroma embriagador.
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